miércoles

Carta de Presentación

Para realizar nuestra Etnografía escogimos investigar la denominada “Cultura Guachaca” que nace de las cantinas y fuentes de soda que existe en los barrios populares en Santiago. Después de barajar varias opciones sobre qué tema tratar, nos decidimos por recorrer cantinas y destacar el valor que estas poseen para la comunidad, más allá de ser locales dispensadores de bebidas alcohólicas. Alrededor de estas se mezclan diferentes culturas, clases sociales e ideales que van generando a su vez, nuevas idiosincrasias.

Nuestro objetivo es conocer de cerca estos lugares, hablar con la gente que los frecuenta y saber qué significa para ellos ser guachaca, concientes o no.

Por otra parte, la hipótesis que planteamos es que la cultura folclórica de nuestro país se mantiene en estas cantinas y bares legendarios, como por ejemplo “La Piojera”, “El Hoyo” y otros no tan conocidos en donde a través de cantos, risas y terremotos se vive y disfruta la verdadera fiesta popular.

Para lograr esto nos insertaremos en el mundo de las cantinas para comparar cómo se vive la cultura guachaca en el famoso local “La Piojera” y en otros locales no tan famosos ubicados en la calle San Diego. También, realizaremos entrevistas para buscar testimonios de la gente dueña de los locales, meseros y gente que frecuenta los lugares y disfruta con el folclor popular.


Por Janine Aravena y Valentina Segovia

Nota de Campo n°1

Lugar: La Piojera

Son las 17:00 horas del día 29 de mayo. Me encuentro a la salida del metro Cal y Canto y a sólo pasos se encuentra el legendario bar La Piojera. Con el boom que en los últimos años han sido los encuentros guachacas en la Estación Mapocho, La Piojera ya no es mirada igual.

El letrero con el nombre en la entrada es pintoresco, pero por dentro lo es aún más. Las sillas de mimbre y las mesas de madera carcomida copan el espacio que hay en el amplio pero acogedor patio que forma el área central. Alrededor de este hay varias piezas con las mismas características pero con la iluminación un poco más tenue. Al costado derecho del patio principal se encuentra la gran barra donde podemos distinguir a meseros y cantineros trabajando por igual, todos muy bien uniformados de blanco y negro, con la edad suficiente para espantar a quienes no quieran pagar la cuenta. Nuestro objetivo es poder conversar con uno de los meseros más adelante.

Nos sentamos y pedimos una bebida a lo que el mesero que nos atiende (que luego nos enteramos se llama Richard) nos responde con una diplomacia algo divertida que sólo tienen Coca-Colas para los jotes. Acto seguido se rompe el hielo, nos reímos y le contamos quiénes somos y por qué estamos ahí. Para distraer su atención le pedimos alguna recomendación del menú, a lo que responde que el sanguche de pierna es el más popular. No queremos ser menos pero el bolsillo no nos da para costearlo. Elegimos la bebida solamente y se va.

Llama la atención que con el pasar de la tarde la población en el local pasa de la adulta a la adulta-joven, lo que al parecer es una tendencia que queremos corroborar al seguir viniendo. Nuestro primer encuentro duró sólo una hora, pero fue grato. A estas alturas los prejuicios y miedos están en tercer plano y fueron superados por las ganas de comprobar o rechazar la idea de que lo que queda de tradición en Chile sí se puede resumir en una comida, en un trago, en una conversación o en una cantina.


Por Janine Aravena y Valentina Segovia